Las mujeres vikingas vivían como tantas otras mujeres de las
culturas de la antigüedad. Sin embargo, no estaban tan marginadas como las
griegas o romanas, o las pertenecientes a ciertas culturas orientales,
relegadas en sus hogares y al ámbito de lo privado salvo excepciones. De hecho,
la matrona o ama de casa era muy bien considerada y, dentro del hogar, era la
dueña y señora. Pero una mujer vikinga pasaba buena parte de su vida
dependiendo primero de sus padres y después de su esposo.
Entre las familias nobles los matrimonios eran pactados y
las muchachas, hacia los catorce o
quince años, eran prometidas a su futuro marido. Bastaba la voluntad de ambos
padres para cerrar un acuerdo matrimonial, pero se solía tener en cuenta el
parecer de la hija. Si esta se negaba terminantemente y se preveía un
matrimonio desgraciado o conflictivo, el padre podía buscarle otro marido. De
ahí que la situación entre Inge y su padre, aunque llevada a un extremo, no sea
del todo inverosímil en la cultura vikinga. En todo caso, un matrimonio era mucho
más que la unión de la pareja: significaba la alianza entre dos clanes y
comportaba ciertos pactos de lealtad mutua.
Las jóvenes solteras cuidaban su aspecto y su reputación,
sobre todo si pertenecían a los clanes de más prestigio. Se consideraba un valor
imprescindible que llegaran vírgenes al matrimonio. Tanto el novio como la
novia pagaban una dote. La novia solía llevar su ajuar y sus muebles a la casa
del novio, donde iría a vivir. Esta dote continuaba siendo propiedad suya y, en
caso de separación o divorcio, podía llevársela consigo.
No sabemos exactamente cómo debían ser las bodas vikingas, aunque se pueden reconstruir parcialmente las
ceremonias a partir de los restos arqueológicos y los textos literarios. El
padre del novio y la novia intercambiaban sus espadas y los dos prometidos se
colocaban sendos anillos. Se invocaba a los dioses y posiblemente se les
dedicaban ofrendas relacionadas con la fertilidad y la abundancia, ya fueran
animales sacrificados o frutos. Las bodas eran un acontecimiento festivo en el
que participaba prácticamente todo el pueblo. Además de banquetes abundantes,
regados con buena cerveza, licor de miel y otras delicadezas, se organizaban
bailes, juegos y competiciones varias. Los festejos durabn varios días.
En este
enlace del blog Territorio Vikingo
encontraréis una entrada interesante sobre una boda celebrada según el rito
vikingo, en España. Otro enlace que se extiende en este tema lo encontraréis aquí.
Cuando una joven se casaba cambiaba su vestido y su tocado.
Soltera, podía llevar el cabello suelto. Las casadas lo llevaban recogido y a
menudo cubierto con un velo. Un elemento típico de su atuendo era el delantal con
broches y una cadena donde colgaban las llaves del hogar.
Las ocupaciones
de las mujeres vikingas eran muchas y variadas. En el hogar, había que mantener
el fuego encendido, cocinar, limpiar, preparar baños, coser, cuidar a los
niños… El tejido ―lana, lino― ocupaba muchas horas a las mujeres, que podían
reunirse en grupos para aprovechar los telares que tenían en las familias de
más recursos. Otra faena ardua era el molido de grano para elaborar harina y el
amasado de pan. La elaboración de cerveza, quesos y otros productos solía estar
también en manos de las mujeres. Al igual que nuestras abuelas, las mujeres
vikingas iban a lavar la ropa al río o a lavaderos, peleando con el agua fría.
Fabricaban una especie de jabón con sebo y lo utilizaban para la ropa.
En el campo, las
mujeres ayudaban a los hombres en las tareas de la siembra, la siega y la
cosecha. Aunque las tierras vikingas eran frías y poco aptas para el cultivo,
los valles y las zonas llanas entre los montes se aprovechaban para sembrar. Se
cultivaba trigo, centeno y cebada, también lino para fabricar el tejido. Casi
todas las casas contaban con un pequeño huerto familiar y un establo donde
criaban cerdos, cabras y gallinas. La ganadería ocupaba un lugar importante en
la economía. Los productos derivados del ganado vacuno y ovino eran muy
valorados. La leche y los lácteos eran muy apreciados en la dieta vikinga. La
lana era imprescindible para fabricar ropa y velas de barcos.
Aunque eran los hombres los que se ocupaban de la pesca y de
la matanza de reses, las mujeres participaban también en la elaboración de
salazones, tanto de carne como de pescado.
Las niñas, en
cuanto crecían un poco, ayudaban en las tareas del hogar y aprendían de sus
madres, tías y abuelas. Había mujeres especializadas en algunas tareas, como
las parteras, y también curanderas que a menudo combinaban sus artes
medicinales con otros más sutiles, como la adivinación ―las volvas―, reflejadas en el personaje de
Birna.
Las mujeres solían parir en casa, sentadas o agachadas,
aferrándose a un poste de la casa. La partera u otra mujer de la familia las
ayudaba sujetándolas por atrás. Así se puede ver en algunos relieves y
esculturas que nos revelan detalles muy vívidos sobre la vida cotidiana de los
vikingos.
Un parto era un acontecimiento que se dejaba en manos de las
mujeres. Los varones no solían intervenir. En esos momentos cruciales, el padre
y el resto de hombres de la familia aguardaban la llegada al mundo del recién
nacido. Este no era considerado persona de pleno derecho hasta que su padre lo
recibía en brazos y lo presentaba ante la familia, dándole un nombre.
En la entrada sobre la guerra hablo sobre las mujeres guerreras o skjaldmo ―doncellas del escudo―. No era habitual, pero algunas muchachas
elegían «el camino de la guerra». Vestían como hombres, se entrenaban igual que
ellos y peleaban en las batallas.
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